Iba en metro hasta donde trabajaba la sudamericana. Ella no tenía coche y me sería más cómodo seguirla. Enseguida los vi. Eran un hombre y una mujer yonkis sentados al fondo. Bien vestidos, pero yonkis. Se levantaron y se movieron hacia el centro del vagón. Me tensé.
Las puertas se abrieron y se empezaron a oír gritos. El tío al que habían robado la cartera se había dado cuenta y gritaba como si estuvieran degollando a un cerdo. Los dos salieron corriendo pero en el andén había cuatro seguratas como cuatro armarios. Uno agarró a la chica por la cintura y la tiró contra la pared. Rebotó con el hombro y al caer al suelo se abrió su bolso. Rodaron por el andén varias carteras y una jeringuilla.
El hombre parecía escapar pero apareció un armario que le golpeó en la boca del estómago. Se quedó doblado y sin respiración. De un empujón fue a parar al suelo donde estaba la chica. Enseguida los rodearon y les empujaron para que se quedaran pegados contra la pared del andén. El hombre abrazó a la chica protegiéndola con su cuerpo. Allí tirados y abrazados uno con el otro me parecieron ángeles desdentados caídos del cielo.
Me quedé mal. Aunque no me sobraba la pasta, esa noche iba a necesitar algo parecido a cariño. Pensé que más tarde llamaría a Fanny.
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